jueves, 17 de junio de 2021

La puerta

 Entré convencido. Patricia me agarraba la mano, quizá tenía un ligero temblor de piernas. Habíamos llorado, habíamos hablado de todo lo sepultado, sacamos esa arena que cubría las sábanas, el polvo que impedía vernos, la arcilla que hacía aspira las caricias. Desenterramos toda la distancia que había entre nuestros cuerpos, construidos por el silencio, un silencia de hospital, de tanatorio, un silencia que no sabes cómo romper y que siempre se esfuma y resquebraja con la palabra más inadecuada, aunque sea un te quiero.

Ansiosos de cariños y abrazos, de dedos enredados en mis rizos, en su pelo, nos habíamos despojado de todo eso. Caminábamos desnudos de culpas, de prejuicios, con las más coloridas ropas de la confianza y el negro verdoso de un miedo esperanza, como cuando te vas a meter en el río y las tierras se remueven, todo se vuelve difuso, borroso, inestable, pero tu pie encuentra una piedra que te hace respirar, erguir el cuerpo, sentir firmeza y seguridad pese a todo lo resbaladizo. 

Pie en piedra, agarras su mano con la confianza olvidada. 

Tengo un recuerdo luminoso. Silencio. Pasillos blancos y amplios, puertas coloridas, salas cómodas, miradas que ya eran familiares, la luz del sol proveniente del patio, una luz que te absorbía y te transportaba a nubes y montañas, a los canchos de tu infancia.

Y daba paz.

Vi por esa ventana de luz y recuerdos a Mario y Candela escalando, a Mateo corriendo sin rumbo, a Hugo jugando en la fuente con Antonio, a Phoebe, ya cansada, en los brazos de Patricia. Todo ante la siempre fija y pacífica mirada de vacas que rumiaban hierbas secas, hojas verdes y mis malos pensamientos.

Todo cambió al cerrarse la puerta. Ese sonido se me repite. Es el sonido que lo domina todo. Es el eco que permanece entre pasillos y habitaciones, atrapado entre paredes, retumbando y rumiando.

Todo cambió. No recuerdo el beso, ni la ropa que llevaba. Recuerdo su mirada, triste, cansada, confusa. Recuerdo dejarla atrás, esperando. Recuerdo el terror, el llanto, el nudo en sus ojos.

Recuerdo atravesar la puerta, el estruendo al cerrar, un estruendo que no sé si fue real o fruto de mi tormenta. Y recuerdo como el pasillo se hizo angosto, las paredes se agarrotaron, la luz se volvió gris y aburrida; el suelo, pesado y las miradas, desconocidas.

No recuerdo el camino a mi habitación. Recuerdo querer estar solo, creer estar solo y escuchar "Esta es tu cama". Y como el tiempo se detuvo pero todo se aceleraba. 

- "Vístete. Esto, no. Esto se lo lleva tu mujer. Te has traído muchos libros ¿con cuáles te quedas? Tú vístete, ya los recojo yo. No perdamos tiempo. Esto no lo puedes usar aquí. Esto no te vale. No toques, tú, vístete. Esto se lo lleva tu mujer. ¿Los cascos? No, no, no... 

Aquí no puedes tener cuadernos ni bolis. Vístete, ya lo guardo yo para que se lo lleve tu mujer. Venga, que estamos perdiendo el tiempo. ¿Ya estás vestido? Lleva esto a tu taquilla. No, eso no. La ropa la guardo yo. Eso, a la taquilla. En la habitación no puedes tener nada. El cepillo y la pasta de dientes, a la taquilla. Este desodorante no vale ¿Colonia de cristal? No, hombre... Las llaves y la cartera aquí no las vas a necesitar. Ya veo yo qué se lleva tu mujer de todo esto ¿estás?

Vamos a la taquilla. Puedes entrar cuando quieras. Yo le doy esto a tu mujer. Vamos."

Y salí de la habitación, callado, perdido, desposeído de todo, de mi ropa, de mis libros, de mis olores, de mi mirada. Caminé con unos pocos calzoncillos en las manos, un peine, un cepillo de dientes malgastado y el enjuague bucal sobre ellos y un par de libros que elegí al azar.

- "Éste de qué va?

- No sé. Me lo he traído porque no lo he leído.

- Aquí biblias no.

Creo que sonreí negando con la cabeza. 

Me dejé llevar por aquella silueta larga y oscura, como un ciprés, que sostenía en una mano una bolsa de basura con mi ropa, una bolsa atada, bien cerrada, que no podría volver a abrir. Y en la otra mano, mi mochila y todo lo que de mí quedaba en ella.

Me quedé colocando mis cosas, no sé muy bien cómo, mientras mi vida entera desaparecía con esa mujer saliendo por el pasillo.

Patricia recogería mis sobras, o lo que quedaba de mí. 

/Yo salí de la sala de las taquillas. Vi algunos libros y cuentos, no me fijé en champús y colonias. Vi nombres y números hasta que cerraron con llave. Todo lo que me quedaba, mi sensación de limpieza, algunos poemas, quedaron atrapados hasta la próxima hora de apertura o que el momento de necesitarlo fuera el oportuno.

Volví a escuchar la puerta y a sentir la sombra del ciprés, ya con las ramas vacías.

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