domingo, 20 de junio de 2021

Ojalá no te hubiera conocido nunca

 Tez morena, ojos negros, mirada penetrante, embriagadora. De esas miradas que te embrujan. Un color azabache en el que perderse y ver toda la vida, la ilusión y el dolor. Mi cabeza ha congelado esos 10 segundos en los que por primera vez cruzamos las miradas, en esa ronda de reconocimiento que es el primer paseo o la primera comida común.

Me miró y sentí los taconeos de una noche en Sacromonte, el aroma del río Darro, el rugido del Jerte, la resistencia del Puente San Lázaro, su belleza robada, las noches de supervivencia ante miradas siempre de culpa y sospecha.

Hablaba poco pero decía las palabras exactas.

Y en ese alma de poeta abandonada, incomprendida, cantaba y soltaba toda su energía, su alegría y su furia. Una enfermera salió al patio para callar la fiesta. Bendita locura la que vence a los cuerdos.

"Ojalá no te hubiera conocido nunca", chillaba subida al banco. Ojalá.

Se fue sin despedirse, aunque ya había cantado la despedida precisa.

En su alegría de salir, posiblemente, su condena. En su curación, su enfermedad. Cuantos gritos y llantos encierran estas paredes, estos pasillos, cuántos secretos cuenta este edificio a las nubes. Secretos vistos por todos, callados por todos.

Mujeres que sabes maltratadas, por hombres, por prejuicios, por la vida. Mujeres que han sido violadas, que han vivido rodeadas de golpes y violencia. Mujeres que no han tomado malas decisiones sino que jamás tuvieron buenas opciones. Mujeres que anhelan una libertad que las tendrá más presas que estas largas mañanas, que estas eternas tardes de luz cada vez más blanca e insoportable, más artificial y carcelaria en la que sólo esperas la siguiente comida. 

Salir de la rutina que te aturde, te trastorna y te domina. Salir a un exterior que será otra cárcel sin patio, sin rejas, donde cantar "Ojalá no te hubiera conocido nunca" mientras le das la mano.

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