jueves, 24 de junio de 2021

Secretos

 Me gusta pasear y observar. Me gusta ver como crecen flores bajo las piedras, plantas hermosas, erguidas, con pétalos blancos, radiantes, con hojas duras pero suaves flores y plantas que han sabido surgir de la oscuridad y lo impensable.

Me gusta mirar por las ventanas, contar el número de plantas, fijarme en el contorno de los cuerpos, casi sombras, que caminan intranquilos, que hablan por teléfono, que consumen su incertidumbre en una hogaza de pan, en un cigarro que sólo dura dos caladas.

Me gusta el sonido de las persianas, persianas para abrir la vida al día, a la esperanza, a la búsqueda. 

Persianas que bajan para protegerse del sol cegador que te recuerda que hay un nuevo día fuera de esa habitación congelada y tu miedo.

Me gusta que, de repente, cruces una mirada inesperada, y algo cruja como una rama que ofrece sabia a tu corazón, como un pellizco que te despierta.

Me gusta su sonrisa, su forma de saludar, pensar que se asoma para verme y alegrar ligeramente su día sabiendo que no está sola, sabiendo que se abrirá la puerta o la ventana y tendrá un gesto afable en el que confiar.

Esa comisura de los ojos la delata. Es bella. Y coqueta. Esconde en el tintado del cristal cerrado un golpe que hace dudar de su cara, que rompió su confianza. 

Me gusta ver a los pájaros y sus nudos. Nidos de golondrinas que han hecho de nuestra larga sombra gris de hierros su casa, que nos recuerdan con sus heces, esas heces secas, blancas y opacas, que caen como lágrimas por las ventanas más altas, que es mundo les pertenece, que soy yo quien habita su tierra. Y me da lecciones de libertad, a mí, que tuve todo lo que quise.

Me gusta mirar por la puerta del patio. Me gusta mirar cuando no hay nadie y el sol gobierna. Cuando no hay nadie y la tormenta baila. Cuando no hay nadie y los insectos corren, revolotean, descansan a un sol que les pertenece.

Me gusta mirar por la puerta del patio cuando hay gente. Cuando mi compañero camina y da vueltas persiguiendo el cansancio que venza su sueño y le permita soñar, y no temer y callar.

Me gustan los corrillos. La sonrisa de él, que hoy tiene visita; la paz de ella, olvidada ahora de cuidar; de esta mujer  poderosa, callando todos sus males. Me gusta el vuelo rasante de mi amigo, siempre pendiente, cuidándome a la distancia. Me gusta la pasión de "la nueva", aunque su discurso cambie y su vida se confunda con otras vidas, pero con una vida en común de inteligencia, lucha, feminismo y entrega. A veces me recuerda a mi tía Cecilia.

Me gusta la locura de ella, pendiente de todo el mundo, desobedeciendo normas, tomando el sol o dormida, encerrando la muerte que la consume por dentro para que no la veamos nunca y sólo aparezca vida.

Me duele esa mujer, su mirada perdida. Admiro su testarudez, su firmeza, su fortaleza, sus momentos de conciencia. Una mujer hermosa, perdida de una película de Darín, un papel olvidado de una belleza pura. La enfermedad no borra la belleza.

Me gusta observar y estar solo. Y tengo miedo. Cada día soy más estas letras y menos el cuerpo que camina.

Tengo miedo. A seguir aquí, a salir, a ahogarme dentro, a no ser capaz de vivir fuera, a aislarme en mi música y secretos de lápiz, a salir y no poder hacer planes o que fracasan y la luz vuelva a cegar mis esperanzas y el ruido calle todos mis silencios y cantares. A que vuelva a aparecer por la ventana y me muestre sus golpes y, los fantasmas de tantas vidas, el terror de cada día. 

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