domingo, 12 de septiembre de 2021

Yo.

 No soy nadie. Miro a mi alrededor y veo grandes talentos, grandes voces, creaciones fantásticas, formas de escribir que transmiten y me traspasan. No soy nadie. No es baja autoestima, es una realidad constatable. Conozco auténticos genios de la comunicación, a hombres y mujeres de un talento desbordante, capaces de vencer cualquier situación por su forma de hablar, de moverse, de atreverse, de innovar.

Por eso, siempre me he limitado a intentar sumar y aprovecharme. Desde el punto de vista más generoso y desde el más egoísta. Ser nadie o ser lo que sé ser y simplemente potenciar o servirme de tanto talento. 

Creo que ese es mi talento. Apreciar el del resto de la gente, haber agotado todo mi ego, y estar en sombra con un espejo para reflejar el brillo de quien me acompañara. 

Siempre hay alguien mejor que yo. Siempre hay alguien que selecciona los temas mejor que yo, siempre hay alguien que redacta mejor que yo, siempre hay alguien que da más ritmo y utiliza mejor los sonidos que yo, que sabe sacar el mejor partido a cada tiempo, siempre hay alguien que entrevista mejor que yo, con más empatía, con más rigor, con más tranquilidad, con más memoria y conocimiento. Siempre hay alguien que narra mejor yo, que es mejor que yo haciendo comentarios, opinando, siendo sinvergüenza ante la gente para meterse en los lugares más recónditos y contar lo que es noticia. 

Y mi trabajo ha sido siempre rodearme de esa gente y dejarlas ser libres. Eso creo que se me da bien. Ser invisible, tapar mis defectos y amplificar mis virtudes, que también las tengo, apoyadas sobre todo en el trabajo en equipo. Yo creo que ese es mi talento. Y mi punto débil. 

Puedo ejercer liderazgo, pero no soy un líder; puedo tomar decisiones pero no dar órdenes. Todo lo hago desde lo colectivo. O eso intento. Y cuando el mundo se vuelve individualista y solitario, egocentrista y uraño, me desvanezco, yerro, cometo errores, dudo más y soy más vulnerable y peor que cualquiera. Y así me siento ahora, en medio de mucha gente trabajando sola, para sí misma, en proyectos de equipo sin equipos, sin colectivizar, abandonado a la guerra de followers, de me gustas, de RT, de favoritos, a la competición entre iguales. Y a mí no me gusta competir ni con la competencia, hasta de ella me intento aprovechar, porque en ella, siempre, siempre hay alguien mejor que yo.

Y esa es mi forma de ser. Generosa y egoísta. Así he conseguido hacer grandes trabajos de los que me siento inmensamente satisfecho. También he hecho buen periodismo desde el aislamiento y lo individual, pero siempre he necesitado de alguien que lo mejorara, ya fueran las personas con las que hablaba, opiniones expertas, el cine, la música...

Y he hecho cosas de las que me siento muy orgulloso. Pese a las críticas, pese a las piedras en el camino, peso a las adversidades, pese a las negativas y las negaciones, pese a los castigos, pese a mi inseguridad aumentada por palabras malintencionadas de gente que sólo sabe brillar nublando a los demás y que no sabe que, aún apagadas, hay estrellas en el cielo que brillan más que ellas.

Y, recuerdo vagamente lo que he hecho en los últimos años, y sonrío con cómo, pese a tanta oposición, he conseguido cambiar las cosas. Recuerdo el nulo caso que se hizo desde Canal Extremadura Radio al ascenso a Liga Femenina del Agencia Serrano Badajoz de baloncesto, como sus partidos nunca fueron parte de una posible parrilla de Extremadura en Juego y como, aunque hayamos retrocedido en los dos últimos años, la mentalidad ha cambiado tanto que hemos dado partidos del AlQazeres, que no darlos coincidiendo con programa era signo de escándalo. Lo mismo con el fútbol femenino, de casi ni hablar de lo que hacía en Superliga el Puebla, a que ahora la militancia en Liga Iberdrola merezca un mínimo respeto, aunque el año pasado no diéramos ni la mitad de los partidos del Santa Teresa o este año narremos hasta la quinta división del fútbol masculino pero no los encuentros extremeños de Liga Reto, la potente segunda división femenina.

Y estoy orgulloso de mi gente, de la familia con la que he conseguido dar pasos, de las enseñanzas de las muchas personas que me han acompañado y ayudado. En distintos momentos, de diferentes maneras. Con confianza, con buenos consejos o con su talento.

Tengo especial buen recuerdo de la entrevista que le hice a Juan Bautista Pérez tras su plata en los Juegos de Río. El consejo de Charo para saber guiarme a hacer la pregunta que quería a hacer para empezar, en la que hablásemos de capacidades y no utilizásemos la discapacidad como algo excluyente. Y no hacerlo tampoco desde un punto de vista muy recurrente como es la compasión o la exageración de los logros. Mis discapacidades y las suyas, frente a frente. Tan iguales, tan diferentes.

Me acuerdo mucho de esa entrevista, de cómo no encontraba la fórmula para preguntar lo que quería, pero me siento enormemente feliz del trabajo que hicimos en equipo para sacar programas en los que vinieron gentes muy diversas, de todo tipo de deportes y con historias y trayectorias que merecen más capítulos: Pedro Romero, Manuel Pérez Candelario, Loida Zabala, Yohana Rodríguez y Josele Acedo, Elena Rodríguez y Cristino Fernández, Miguel Periáñez y la directiva del CAPEX, Javier Cienfuegos, Carlos Prieto, Cristina Cabaña, Antonio Jesús Domínguez... Qué bella y qué enriquecedora aquella entrevista con Antonio.

Programas especiales como el de la Copa del Rey de Voleibol desde el Multiusos, el del aniversario del Voleibol Arroyo desde una sala de su pabellón, el del primer partido del AlQazeres en la segunda fase de ascenso en el Macayo, el que celebramos su ascenso de categoría en el Multiusos hablando de baloncesto extremeño, con Gallego rompiendo el guión y sabiendo aprovechar la situación, en el Pub Guiñol antes del ascenso del Badajoz de Marrero, el del 25 aniversario del ascenso del Cáceres CB en la Ciudad Deportiva y algunos en el estudio como el del 20 aniversario del ascenso del Extremadura, especiales del día de la Mujer con Fátima Agudo, Conchi Bellorín, Yohana Rodríguez y Paloma del Río, aquella tertulia en la que estaba de nuevo Paloma del Río junto a periodistas de Extremadura para demostrar con datos la discriminación del deporte femenino, pese a que siempre nos damos golpes en el pecho, aquel programa sobre Maternidad y Deporte, un tema que creo que hoy podría tener una página más y ser más completo de lo que aquel fue, aquel primer programa de la temporada con Álvaro Martín Uriol, Javier Cienfuegos y Fátima Gallardo, un programa que salió pese a todo tipo de oposición, pese al no por el no.

Y todo lo que hemos hecho a contracorriente: el partido de la selección española de baloncesto en el Multiusos, el especial Minuto 30 desde Barcarrota con Contador, la información especial de aquel Master de Cáceres de Tenis o el World Padel Tour entrando en Extremadura en Juego desde el centro de la capital cacereña, hablar de dopaje, romper esquemas en una entrevista con Carlos Javier Rodríguez o con Santi Barragán, buscar, probar, innovar, consultar, errar, volver a intentarlo, errar mejor. 

Miro atrás en los últimos 14 años y siento mucho dolor y mucho orgullo. He escuchado frases que prefiero no reproducir, he sentido siempre la sensación de ir contrasentido, de estar solo rodeado de gente que te dice estar contigo, he tenido que sufrir las críticas por hacer la mejor cobertura posible en los Juegos Olímpicos de Londres, por entrevistar a José Luis Sáez y a Calderón, por tener el día de partida a nuestros y nuestras deportistas olímpicas, por llamar en directo en el descanso de un partido a un deportista que hora después iba a recibir la medalla de Extremadura, por dedicar casi toda la media hora (tenía que haber sido el programa entero) a José Hidalgo, Conchi Bellorín y a Cayetano Martínez el día que empezaban los Juegos y Yiyo debutaba en Río, por aprovechar los éxitos en deportes como el bádminton, el taekwondo o el piragüismo para hablar con nuestras estrellas de esos deportes, por abrir con Conchi Bellorín el día que consiguió su histórica clasificación olímpica. He tenido que soportar las críticas y los enfados por haber dedicado medio programa a Juancho Pérez tras su retirada del balonmano o a Fernando Verdasco el día después de haber ganado la Copa Davis con España. He oído cómo han abroncado a un compañero por llevar a Vicente del Bosque el día después de que España se clasificara para octavos. Peleé para dar el España - Portugal en el Nuevo Vivero de Badajoz, por hacer un Extremadura en Juego en el que el Santa Teresa tuviera el trato que mereciera, incluso menor porque lo pusimos al nivel de la Segunda B masculina, aunque jamás tuvo ni ha tenido esa consideración, a dar el baloncesto, tanto masculino como femenino, el Campeonato de España de Cross en el Circo Romano, el Campeonato de España de invierno de lanzamiento de martillo, el partido decisivo para el ascenso del Hockey Burguillos, la Willy Brickman de baloncesto en silla de ruedas, la Copa del Rey de fútbol sala, algún partido de La Cruz Villanovense, siempre a la sombra de la segunda B masculina aunque luchara por ascender a primera. De dar voleibol. De tener la sensación de estar donde había que estar y abierto siempre a lo que estuviera pasando. De que el folio empezara en blanco cada mañana o cada tarde y lo fuéramos pintando en equipo con aquello que fuera importante. Y el equipo han sido muchos, como cuando hubo que contar las detenciones en Extremadura por las apuestas en el tenis o los posibles amaños de partidos también por apuestas ilegales en el fútbol de la región. Me acuerdo de aquel M30 de sábado esporádico, como todo desde que volví, en el que me tocó editar y empecé con Miriam Casillas en Japón hablando de su clasificación virtual para Tokyo y acabé con Javier Cano contándonos quién era ese Albertina Ginés que se acababa de proclamar subcampeón de Europa y que si conseguía podium en la  Copa del Mundo habría que contar con él para los Juegos. O el último antes de la pandemia, el de aquel 8 de marzo en el que expuse todas nuestras miseries y desigualdades que, dos años después, puedo afirmar con datos en la mano que se han acentuado.

Mis últimas entrevistas fueron a Guadalupe Porras Ayuso y a la siempre generosa Miriam Casillas, me emociono al pensar en aquella charla sobre competición y COVID junto a Yohana y Esperanza Mendoza, los reportajes (el de natación que fue el inicio de tantos con la sinceridad de Paloma Marrero, el irreverente con Mamen Blanco y Jacinto Carbajal, el emotivo con Esperanza, los de máxima actualidad con Antúnez, el AlQazeres, Álvaro Estevez hablando por primera vez de LF2 para el Miralvalle, el fútbol sala femenino, los capítulos del 20 aniversario del título del Puebla, aniversario enterrado en la pandemia y el olvido, el de Paula Josemaría, Alberto Barroso, Isabel Yinghua, Juan Antonio Valle, Inés Felipe, Enrique Floriano, Jorge Campillo, María Ribera o Javier López Sayago, que empezaba con un dictado del ayuntamiento que todavía no se ha cumplido. O el de la Nueva Normalidad, las reglas que me aprendí, que cotejé, que fui rescatando voces y que emitieron un día después por mera dejadez.

Quizá me equivoqué, pero siempre intentamos seguir el camino de la libertad, del rigor, de los datos, de la ley, de la pluralidad y de contrastar las noticias. Nunca exponer versiones, siempre contar con todas para tratar de contar la verdad. Era mi máxima. Y siempre en equipo pese a la división.

Todavía recuerdo el sonido del vestuario del Santa Teresa con el micrófono de Álex Carpallo, o como hacía sonar el balón de balonmano con la resina. El sonido de la flecha con Pacheco en el campo de tiro de Fátima Agudo y Cayetano Martínez, el final de un Campeonato de España de ciclismo en pleno Cáceres.

Me han dicho que no. Que no podía, que no debía, que no sabía. Y lo he hecho. Y lo he hecho bien.

Me han dicho cosas como "está muy bien pero no vas a poder mantener el nivel", "Que presentes tú no ha sido la peor idea que ha tenido el director", me han criticado, echado de mi ordenador, mandado a los últimos campos de fútbol para demostrarme quién mandaba, me han cambiado turnos, han faltado el respeto a reportajes, han dejado claro que era la última opción cuando había que hacer un resumen de fin de año. He recibido silencios por respuesta, malas caras, desdenes, impertinencias. He soportado cómo me han echado en cara vivir fuera de Mérida, como me han apartado de todos los proyectos importantes, como han intentado silenciarme cuando mi voz empezaba a asociarse a algo, a un club, como jamás han tenido la deferencia de mandarme a narrar los equipos del norte de Cáceres, como siempre me han alejado de casa. Me he sentido tremendamente solo en el silencio cómplice, en la comodidad de otros. Pero me siento muy orgulloso de mi trabajo. Hay mucha gente mejor que yo haciendo lo que yo hago, pero yo he hecho grandes cosas sabiendo unir a esa gente y haciéndola sentir libre e importante. Porque lo eran, eran más importantes que yo, aunque la última decisión fuera la mía. 

Y aquí estoy, intentando reconstruirme después de 14 años en los que todo lo que yo valoraba no valía nada, de mentiras, de calumnias, de excusas, de saturarnos a trabajo, de cargar sobre mi espalda tareas de otros para que saliera adelante lo pretendido, de exigirnos lo que no exigen a nadie, de soberbia y arrogancia, de negar derechos, de hacerte sentir pequeño y sólo. 

Aquí estoy, intentando recordar todo lo bueno que he hecho, como aquella gala 25 aniversario de la FExB, todo lo bueno que he contado, que he vivido, que he viajado, que he conocido y que he fabricado con mi voz, con mis ideas, con mis manos y mi trabajo, con mi forma de ser, tozuda pero dialogante, firme pero flexible. 

No sé cuándo me rompí. Posiblemente, en 2014. El otoño de 2012 fue duro, pero me reinventé. En 2014 no podía más, pero saqué fuerzas y lo mejor de mí. En 2015 tuve que hacer algo que no quería con la consciencia de que yo lo haría peor, con la sensación de estar haciendo algo que no me pertenecía, pero poco a poco me apoderé de un producto digno y decente, de conversación y deporte. En esos años, hubo muchas tentativas de dejarlo. De buscar otras salidas, de descansar. Fue después de 2018 cuando no pude más. 

Mi mejor proyecto, compartido pero el más personal, el más completo, el que más horas me llevó, el que mejores momentos dejó, el que involucró a un equipo más amplio y unido, el que marcó un antes y un después en los límites que teníamos para hacer radio, en el que cumplimos con todo lo que se nos exigió, pero en el que peor pudimos trabajar, en las condiciones más duras, con críticas constantes, con negativas contradicciones semanales, con mentiras presupuestarias, con trampas de horarios y equipos, con la oposición de la dirección de deporte y la jefatura de programas, que jamás quisieron asumir el compromiso que se había adquirido. Tres patas solas para sostener un proyecto colectivo inmenso, vivo y precioso. Qué orgulloso me siento. Cuánto me duele todavía. Me rompí, por completo. Me rompí hasta dudar de mí, hasta temer cada cosa que hacía, hasta temer hablar en público y no ser capaz de trenzar un discurso lógico en una presentación entre amigos. 

En 2018 me rompí. Traté de reconstruirme durante un año en casa. Coloqué los pedacitos en su sitio para ser el mismo pero distinto. Y no funcionó porque nos arrojaron con violencia verbal, con vejaciones y negaciones, con monólogos que no permitían la conversación, porque creen que mandar es dar órdenes en vez de ordenar opciones y talentos.

Y aquí estoy, como Ismael Serrano, sintiendo que de un tiempo a esta parte, a mi amor propio algo le falta, que lo han dejado unos puntos por debajo del de Kafka, y que es difícil creer que pueda volver a brillar, siendo consciente de tanto talento eclipsado, oculto y sin trabajo que aparece y leo cada día cerca de mí. No sé lo que me llevará. No sé si llegará a suceder. Pero me quedan los recuerdos y la amistad. 

La amistad sincera y eterna de Charo, Antonio, Rodrigo, Fernando, Fátima, Antonio, Calero, Mirón, Juanje, Rachel, Estefi, Isa, Manu, Javi, Mario, Pedro, Francisco, Francis y tantos otros y tantas otras que me han respetado, que me han regalado consejos y amistad y me han dicho tanto lo que hacía bien como lo que hacía mal. No te fíes de la gente que sólo habla bien de ti.

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