jueves, 14 de octubre de 2021

Enjaulado.

 Un día, de repente, te levantas con un enorme dolor de cabeza. Y no se va. Ni con aspirinas, ni descansando un rato, ni tumbándote a oscuras... No sé va. Tampoco tienes mucho tiempo para dedicarte a ti y a ese dolor de cabeza. La compra, la limpieza, la comida. Hoy hay terapia, escalada, Phoebe que ladra por salir a la calle y tú, ahí, al final de todas las urgencias. Y tu cabeza, palpitando, latiendo ideas, pensamientos, planes, futuros imperfectos que no llegan, que no alcanzas, que eres incapaz de materializar. Hay tal torrente de ideas, tal es la lluvia en la cabeza que no sabes priorizar, ni ordenar, ni qué está bien o qué está mal, ni que es factible ni que una utopía. Y el trabajo. Al fondo del todo, el trabajo, sin salida, con cientos de planes perfectos por ejecutar hasta que los dices en voz alta, hasta que tus manos empiezan a plasmarlo y se distorsionan, se difuminan, se evaporan, pierden el valor y la fuerza. Y vuelves a empezar. A querer llorar, a querer dormir, a querer acabar con el dolor de cabeza, a querer gritar, a estar encerrado a solas en ese lugar inmundo al que no te apetece volver pero en el que podías ser tú y pensar solamente en ti. 

A veces lo pienso. A veces me viene la idea. En esos ratos en los que está tu cuerpo lejos, en los que no tengo tu pecho para descansar mi testa, en los que no tengo el aliento de Candela, Mario o Mateo tumbado a mi vera, marcando el ritmo de respiración y de mi vida, pienso en una huida, en un refugio donde todo pase menos yo. 

Estoy cansando. Estoy realmente agotado. Del dolor de cabeza, de las pastillas, de pensar, pensar y pensar y no parar de pensar, de las miles de ideas que vienen y van, que cobran fuerza y se diluyen, de mis miedos, de no hablar, de desear verte y callarme cuando te veo, de verlo todo con ojos ciegos, de escuchar el estruendo de promesas e insultos, de futuros vacuos, de discursos vacíos, de tanta mediocridad, de mi propia mediocridad, de todo lo que tengo y no es mío, de todo lo que es mío y no tengo. Estoy tan cansado. Me tumbaría y no me levantaría. Pero tengo que hacerlo, cada día. Y pensar en levantarme el día siguiente para que haya otro día detrás en el que pueda ejecutar ese plan que se evapora junto a miles de ideas poderosas y ridículas, que siempre atraso, que soy incapaz de empezar.

No sé qué hacer. Me siento triste e inútil, inútil desde la etimología más pura. Incapaz de avanzar, de sumar, de aportar. Mi yo feminista sin acción, mi yo solidario sin acción, mi yo político sin acción, mi yo creativo sin creación. Yo, como mero espectador de un mundo cada día más atroz, más egoísta, menos social y colectivo, menos participativo, más cansado y desesperado. Y yo, en dirección contraria, sin saber cambiar la dirección, sin tomar el rumbo de mi camino, sin saber ni poder hacer nada.

¿Qué son de todas esas ideas que vuelan como pájaros en mi cabeza, que si picotean y molestan, que no anidan ni cantan a la vez o callan para escuchar el canto puro y bello de la locura dándole la mano a la razón, o discutiendo con ella?

En mi mente, un ordenador: un blog, algo de lo que escribir, unos vídeos que montar, una acción política a realizar, un cambio real, un tiempo libre...

Estoy cansado. Me duele la cabeza. Igual mañana me atrevo a ser el mundo que quiero ser, a ser el cambio que quiero ver.

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