viernes, 1 de octubre de 2021

Esa lava que nos destruye lentamente mientras miramos impasible el espectáculo.

 Se cubrió el cielo de nubes. Nubes blancas, con tonos grises, un aspecto triste pero sin lluvia, el apagón de esos días que recorrían su cuerpo, la metáfora perfecta de sus pensamientos. No eren ya aquellos días de tormenta, pero sí se había escondido el sol que brillaba solo hacía unas semanas. El frío, en los huesos. Fuera, un calor húmedo y áspero. 

Caminó sin rumbo durante unos cuantos minutos. Saber dónde ir era siempre su gran pregunta, la inquietud que le impedía moverse. Decidir, qué difícil decidir entre todas las opciones posibles, entre el poco margen de maniobra. Le gustaría ser tantas cosas y, a la vez, no ser ninguna. Demasiado conocido para su alma anónima, demasiado anónimo para ser escuchado. 

Pensó en ella, en sus silencios, en las preocupaciones, en el miedo que descubrió de golpe aquella tarde en una conversación intrascendente. Darse cuenta de todo y no poder ni saber hacer nada. Sólo callar y esperar a que las nubes se marcharan, a que el viento acariciara y cubriera de frescor todo lo que estaba ardiendo. Ese aire fresco que agradeces en medio del incendio pero que al mismo tiempo aviva la llama y la hace incontrolable. La mirada resignada, agotada, de quien no tiene fuerzas para ponerse en pie, para hablar, para cambiar, para pedir ayuda una vez más. Miró el móvil. Cuando el miedo pesaba, miraba el móvil; cuando la vergüenza escupía, miraba el móvil; cuando no tenía palabras, miraba el móvil. O quizá la tele. 

Hace no mucho conversaron, hablaron como solían hacerlo, pero la rutina, el cansancio, la inercia ha vuelto a traer esa densa niebla que se sorbe con el café. "Sólo hay que esperar", se consolaban.

"¿Esperar a qué?" se preguntaba. 

Fuera hace calor. Las nubes han suavizado las temperaturas pero el asfalto quema y él siente derretirse a cada paso. Mira ventanas vacías, los balcones que olvidaron los aplausos, caras callejeando ajenas al dolor, a las muertes, a las víctimas desaparecidas de los telediarios. Repasa internet, diarios y redes, queda atrapado por la pegajosa red de araña de noticias circulares, de venenos constantes, inoculados ciegamente, haciendo de todo una ilusión, una ficción, algo tan cercano como ajeno. Mujeres violadas, hombres que cazan, lenguaje sexista, impostores de la verdad, falsos profetas, elitistas del poder, las manos de la clase obrera meciendo cunas ante la amenaza de que la lava que escupe el volcán de la política llegue lentamente hasta sus vidas mientras miramos, impasibles, el espectáculo, sin poder hacer nada, sin saber hacer nada.

Suena el teléfono. Es un whatsapp. Pasaron sus 20 minutos de odio. Seguirá odiándose así mismo por no saber qué hacer, por no creer saber hacerlo.

No hay comentarios: