miércoles, 13 de octubre de 2021

Mateo

Juega a mis espaldas, no para de parlotear. Viene donde yo estoy, aunque casi no le preste atención, aunque sólo le dedique unas parcas palabras. Aquí están, cantando. Una melodía inventada, Duende Josele, la última canción que ha escuchado en el colegio... Juega con los dinosaurios y los coches mientras canturrea y no sé si me molesta o me hace feliz. Tenerle aquí cerca me da paz, aunque me desconcentra y aumenta mi tensión, mi ansiedad, mi necesidad de soledad y soltar lo que cierra.

Deja la puerta abierta y aparece Phoebe. Viene despacito, con la cabeza gacha, buscando una caricia, un gesto de cariño. Me chupa levemente la rodilla y se va. Mateo ha vuelto a entrar. Cuenta monedas para ir a por churros para merendar en casa del abuelo Paco y la abuela Mari. "Hay que ir ahora", insiste. Y mi cabeza explota pero, al mismo tiempo, sonríe estúpida e idiota, hipnotizada por su voz, por sus uñas pintadas, su reloj rosa y su orden constante "Lo siento pero hay que ir ahora. Mira la hora que es. Entonces, hay que ir ahora mismo".

No puedo quererle más. No puedo quererlos más. Pero no puedo hacer más, no soy capaz de estar como me gustaría estar. Me agoto, me enfado, exploto. Respiro, cierro los ojos, siento su mano en mi pierna, su cálida mano en mi pierna, su carita junto a mi brazo. Sonrío y asiento. 

Ya escribiré en otro momento.

No hay comentarios: